13 de abril de 2010

El Tango y los Sueños

Imagen de Chilo Tulissi

Todo el ritual que acompaña al Tango es, sin duda, un viaje a una tierra de Sueños.
Desde la preparación de los bailarines, quiénes pueden dedicar horas enteras al aseo de su persona para lucir la modesta vestimenta requerida, pasando por el baile en sí mismo, hasta la finalización de la velada que nos saluda con un triste pero dulce adiós.

Mujer y hombre se enlazan en el abrazo del baile y cada uno se convierte en el extremo de aquél péndulo de la sensualidad. Aquí los roles se acentuan y extreman para mimetizarse con la naturaleza de los géneros. No se trata de un sexismo banal, funcional al juego del "amo y sirviente", sino que aquí, cada quién acepta su rol para hacer posible la magia de la danza. Él busca domarla, poseerla para sí, pero ella lo evade, aquí y allá, con sus firuletes y al cruzar sus piernas cuando hace los "ochos". Al mismo tiempo, provoca para que él la busque, pero sin encontrarla, convirtiendo a la danza en una eterna búsqueda de satisfacción de los deseos que no pueden ser colmados, tamizados por la etiqueta, las máscaras y los códigos del salón.

Y todo esto en el Gran Círculo de la milonga, fabuloso vórtice que gira en contra de la corriente del tiempo, oponiéndose al paso y a la corrupción que Cronos nos recuerda con cada grano de arena, cayendo para nunca volver. En este círculo, el individuo no tiene lugar. El Todo es más que la suma de sus partes, cuyo cuadro está marcado por el palpitar del bandoneón. Cada pareja se va conociendo en el breve lapso que da la canción. Una cuenta regresiva hasta encontrar la cadencia del Tango, oscilando entre el ritmo y la pausa, como latidos del corazón, entre la vida y la muerte, la vigilia y el Sueño. Es el hechizo de esta danza, en la que las diferencias de toda clase se suspenden, excepto por el fulgor de él y de ella, de los dos.